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Carolina Herrera

Telma Romina

Me pongo perfume y salgo.

Camino a tomar el transporte público

porque las emisiones de CO2, la contaminación, salvemos al planeta.

Voy con los audífonos.

Finjo que no escucho lo que el talachero me insinúa con la mirada.

Atravieso la basura de la esquina con su bilis derramada:

las vísceras que los polleros no vendieron,

pero pudieron/debieron regalarlas

porque la caridad, los pobres, la empatía, el maltrato animal.

Las moscas aletean en mi garganta.

Apesta.

Me afianzo a mi perfume.

Mis pasos líquidos son rápidos.

No puedo ir por otro camino.

Del otro lado la vía, los inmigrantes, el hambre, las jeringas, la miseria, el escozor en la piel, la incomodidad de la limosna.

De este, señoras que venden vegetales de su huerto

aunque más caros hay que comprarlos

porque el capitalismo, lo orgánico, los pequeños comerciantes, el cáncer, los pesticidas.

Sé que las verduras tienen un olor

pero hace tanto que sólo me sé el de CH.

Amas de casa, albañiles, cargadores, limpiaparabrisas,

la señora de las memelas, el carbonero, los de la cantina,

y yo

porque no hay que olvidar de dónde venimos.

Todos allí afuera.

Estamos aquí afuera.

Respiramos el mismo aire pero diferentes aromas.

Frente al mercado cualquier lugar es la parada,

estoy bajo la sombra de un árbol

para que el sol no me ponga morena de más.

Aunque me he puesto mi bloqueador solar factor 50 ecofriendly

porque el agua, la capa de ozono, el mundo que le vamos a dejar a nuestros hijos

hijos que no voy a tener.

Hay un olor a mierda

me refugio en Carolina.

Apesta.

Todos los que esperamos el bus nos refugiamos bajo esa sombra

el señor que vende cazuelas de barro

la señora con su mandado

la que acaba de comprar chicharrón

el que vende colorados

el que se va a subir a cantar

todos rodeamos la mierda aguada que alguien nos dejó por la noche.

Por fin subimos.

Apesta.

Nadie abre las ventanas.

Yo sigo con Carolina.

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Foto: Revista Tura

Telma Romina, México 1988.

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