top of page

Hyper Speed Neon Light

Uriel Velazquez Bañuelos

 

Las ratas y ciberpsicóticos terminan de ajustar la antena y los campos de aislamiento sonoro. La policía no detectará la actividad de la pista, ni escuchará el rugir de una docena de vehículos Neo-Eléctricos. Un domo cobija la autopista, haciéndola un fantasma.

       Se respira ozono. El aroma recorre las gradas y las habitaciones vip de la autopista. Aquella mezcla abraza a los aficionados, quienes besan su cigarro Tesla. En cada calada un shock en los pulmones. Ese éxtasis de seguir vivos los mantiene despiertos y deseosos de más.

       Una voz mecánica anuncia a los competidores del set Hyper Speed Neon Light. La novata, calibrando su carroza, escucha el audio parlante. Al unísono, se grita el nombre de Sunset. Había escuchado de él, un corredor que ni siquiera se puede quitar el casco ni para dormir, por miedo a ser expuesto al ojo público. Un millar de manos se alzan y aplauden con ansias de reclamar lo que será suyo una vez finalizada la carrera. Las apuestas están fijas en él y sólo una cuenta está apostando por la novata. La voz dicta el nombre del último participante. La gente no voltea a la pantalla ni escucha el nombre del competidor, tiene los ojos en los boletos que la hará millonaria. La novata suspira con su propio nombre: Dira. Y siente una nube eléctrica que abraza su piel. No estará para verlo, pero se imagina los números rojos de todos aquellos que siguen incentivando tal vicio.

      Una Sombra emerge desde la oscuridad; el hombre que mueve los hilos del espectáculo. Desde arriba, en el balcón, su presencia apenas es vista por quienes están debajo de él. Desde ahí, ve la pista y la gente. Unas manos acarician su torso, los dedos sobre su abdomen, su cuello, aferrándose a los músculos. La sombra da una última mirada antes de volver a los placeres carnales.

       Desde el asiento del piloto, Dira observa a su alrededor. A sus costados, tiene a los gemelos del linaje Shura, famosos por compartir enlaces neuronales. Sus cabinas de pilotaje están diseñadas para relajar las circunvoluciones cerebrales, gracias a las ondas magnéticas y calibración del pulso cardiaco. El sistema de red ocular facilita la navegación a través de la memoria, entrelazando ambos vehículos como uno solo. Son conocidos por terminar la carrera al mismo tiempo; ningún segundo más, ni un segundo menos. Comparten el mismo tiempo, mas no el mismo espacio. Es como ver una pistola de doble cañón; ambas balas se disparan a la misma velocidad y llegan a su objetivo a la vez.

       Detrás de su vehículo está posicionado un exmilitar, el teniente Rossen. Perdió ambas piernas tras una emboscada. Al no tener asilo por parte del gobierno al que juró lealtad, Rossen estudió mecánica automotriz para ser una parte más en la red de tráfico de lavado de dinero que es el circuito Hyper Speed Neon Light. El dinero de las apuestas llega a una cuenta que sólo la Sombra conoce. Reparte los números a distintas empresas, pequeñas y generosas aportaciones de inversionistas que desean seguir con el progreso del conocimiento de inteligencias artificiales.

       Rossen fortaleció el cuerpo y la mente. El aprendizaje le otorgó una segunda oportunidad. Poco a poco, su cuerpo fue sustituido por cuatro ruedas y un centenar de piezas de vehículos. En una entrevista reveló que nunca se había sentido tan vivo. Andar por la pista le produce el mismo placer que el de disparar un arma. Su vehículo no sólo está ajustado a sus músculos y a su espina dorsal, también, gracias a una abertura en el cuello, el exceso de adrenalina y electricidad puede filtrarse y se bombea más potencia a los pistones, para finalmente expulsar nubes eléctricas. Gracias a tal efecto, su público lo llama el Rayo Negro. El público desconoce si es más un vehículo que un humano, él no tiene tales crisis; él conduce y luego existe.

      Delante de Dira está el piloto de alto renombre: Sunset. No se sabe mucho acerca de él. Es difícil saberlo, pues mantiene su anonimato a niveles absurdos gracias a su casco. Se rumorea que una vez intentó sabotear el circuito, pero ese intento de heroísmo lo sentenció. La presencia de Sunset significa nada de carreras arregladas, aunque paradójicamente alienta a mayores cifras de inversión. Su ambición por el primer lugar, por revivir viejas glorias, como también por su propia seguridad, le hizo olvidar su propósito inicial. Las ratas, hackers y demás titiriteros de los hilos negros, tratan de dar con una pista que revele su identidad, pero todo es escaso. Hay una guerra fría entre los que lo quieren ver muerto y otros con vida. Lo único certero es que, al igual que los demás competidores (salvo Dira), ha optado por un cambio biomecánico para así soportar las velocidades pico: la sangre fluye mejor del lado derecho de su cuerpo, mantiene el peso bajo, y el cerebro está en constante sondeo para evitar un estrés.

      El casco blindando de Sunset lo protege tanto de las cámaras como de las balas. La parte frontal cuenta con nano pixeles capaces de proyectar imágenes. Por su habilidad al volante y carisma, no es muy difícil adivinar el porqué es un favorito.

       Dira desconoce a los demás corredores del circuito, no se tomó la molestia de investigarlos. Ver esas máquinas implantadas como una extremidad más la pone nerviosa. No ha dejado de modificar los comandos del auto, el gel antichoque, la cabina de invocación que la mantienen segura de las fuerzas G. Las estadísticas muestran un refinamiento en las bujías. Los platillos de platino están ajustados a las líneas eléctricas de la pista. No hay nada más que hacer, salvo esperar y dejar lo mejor de sí misma. Ya en su asiento siente el ronroneo de su vehículo por toda la espina dorsal.

        Con ambas manos, Dira toma el volante y las cadenas de seguro ajustan sus extremidades. Cierra los ojos y recuerda. Las imágenes vienen a ella como una presentación publicitaria, una a una: la sonrisa de su padre, un vehículo en el granero, una pista en el atardecer, una niña viendo los competidores, las lágrimas alegres de su papá, el trofeo en su hogar, un trueno en la noche, el rostro de su padre ensangrentado, el vehículo hecho trizas. Y finalmente silencio.

        ¿A dónde fueron los viejos tiempos?, se pregunta Dira. Y ve la corrupción extenderse en las gradas a modo de ruido. Tras aquel incidente, donde su padre murió tras ganar la última competencia, cualquier deporte y espectáculo que despertara alguna ligera emoción en el espectador fue cancelado, hasta ser ilegales. El sentir es abandonar la mente y abrazar la ignorancia, y bajo esa filosofía el gobierno despojó del placer y ocio a sus habitantes.

        La lluvia se desata, pero nadie busca refugio. Un espectacular inicia el conteo, la luz neón se refleja sobre el asfalto. El volumen de la música desciende, los hologramas publicitarios pierden brillo, la carrera está por comenzar.

         3… 2…1…

     Con un sonido estruendoso, los corredores del set arrancan a toda velocidad. Sus vehículos se desplazan gracias a la vía eléctrica, que yace bajo las ruedas de cobre y platino. La energía retroalimenta el motor. Dira, quien no prestó atención al disparo inicial, se mueve con total soltura desde la última posición, siguiendo la estela de neón que dejan los autos como rastro.

       Sunset está en medio de los gemelos Shura, quienes lo aplastan. No desean sabotearlo, desean verlo muerto. Un choque a esa velocidad tiene la fuerza para destruir hasta un tanque. La suma de dinero que recibieron los gemelos por matarlo es mayor que la de ganar el circuito. Aunque Sunset reconoce que desacelerar el auto le permite zafarse de aquel agarre, no podrá recuperar la velocidad inicial, perderá el filo eléctrico, la sincronización entre el flujo de energía, la pista y el motor. De hacerlo, también se expone a un corto circuito que escale hasta su cerebro y terminar frito. Está acorralado.

matisse arte abstracto remolino reloj viaje en el tiempo siluetas Judith Natalia Orozco Ortiz

Remolino. Judith Natalia Orozco Ortiz

       Dira comienza a ganar posiciones altas. Su habilidad en el volante la dota de una gran agilidad a la hora de tomar curvas cerradas. Ya ha pasado a seis de los doce concursantes. En su recorrido por los últimos lugares, ha sido testigo de cómo los demás autos se han descarrilado al no tener la fuerza suficiente para seguir. Otros, simplemente apagaron el motor antes de sobrecalentarse. Saben bien que podrán tener los millones de dólares que quieran, perder un brazo puede ser reemplazado con una prótesis robótica o una conexión Net que les permita sincronizarse con su vehículo, pero vida sólo hay una. No desean resucitar y verse como una inteligencia artificial al servicio de las autoridades como condena por tantos años de crímenes. “Siento y luego existo”. El pensamiento que vaga en la nada es la verdadera prisión, estar con tus mismas ideas golpeándote una y otra vez es la tortura. Así lo piensan en las gradas; beben hasta callar por dentro.

     Delante de Dira está el teniente Rossen. En una fracción de segundos, le mira las venas que le sobresalen de la piel. El sudor se mezcla con las gotas de lluvia que se rompen con el sonido. Dira, contempla aquel sacrificio sobrehumano. Aunque el 80% del cuerpo de Rossen sean tuercas y tornillos, reconoce que su corazón aún bombea sangre. El Relámpago Negro la voltea a ver y en ese despiste es rebasado por la novata. Tras darse cuenta grita de impotencia. Dira mira por el retrovisor: otro auto desacelera lentamente. Envuelto en sangre y sudor, Rossen abandonó la competencia.

A sólo unos cuantos segundos de llegar al kilómetro 22, Dira recablea el circuito interno del vehículo. Ahora ya las manecillas del velocímetro no son capaces de seguir su actual velocidad y la computadora advierte sobre una posible avería en el sistema de frenos.

    Como una sombra, pasa por un costado del gemelo Shura y éste se distrae. No esperaba ser alcanzado por alguien más. El otro hermano sigue al costado del vehículo de Sunset. En esa variable de pensamientos entre los gemelos, Sunset mueve el volante en dirección al gemelo distraído para impactar contra él. El golpe desorienta por completo a los dos hermanos. Tras recobrar la postura del vehículo, se dan cuenta que uno va más adelante que el otro. Hay error en la sincronización, hay error en el seguimiento ojo–vehículo. Es momento de apagar el computador, pero sus cuerpos aún buscan alinearse. Es una ansiedad, una comezón que no pueden rascar, es como volver a aprender a escribir. Gritando de desesperación, ambos hermanos chocan. Sus vehículos se estrellan contra las barricadas de la autopista. Una nube absorbe la explosión, es como ver una tormenta. El público enloquece. La explosión tambalea el campo de aislamiento sonoro. Un choque más y la burbuja se romperá, exponiendo una red de carreras clandestinas.

        Sunset recupera la velocidad alcanzando a Dira. Los dos competidores van codo a codo. Ella voltea a verlo. Sunset aclara los tonos del panel de su vehículo, y deja ver las imágenes que se proyectan en el exterior del casco: “STOP”, y acto seguido, Sunset baja la velocidad de su vehículo. Deseaba poder quitarse el casco y revelar la verdad, pero el simple acto significa romperse los huesos por la velocidad. Dira no hace caso, y aunque quisiera hacer algo, ya no hay vuelta atrás: está en el filo eléctrico.

La alarma interna del vehículo comienza a sonar. Dira la calla de un golpe. En el acto, rompió sus huesos al infligir fuerza contra un objeto en pleno movimiento. La velocidad y el coraje la hacían olvidar las reglas básicas del circuito Hyper Speed Neon Light:

 

         1) No se trata de llegar a la meta, si no de quién llega más lejos.

         2) Un corredor jamás debe moverse dentro de la cabina.

         3) Los muertos no se llevan la fama ni la gloria.

 

        Los paneles frontales del auto de Dira explotan al ir más allá de la barrera del sonido. Y los cristales del velocímetro se le clavan en el ojo. Su brazo se despega un poco del volante y el hueso se le parte. Tuerta y manca, se mantiene en la pista. El traje de protección, junto con su piel, comienza a arder. Las ruedas de su auto se tambalean en las vías. Su vehículo es un fantasma de neón, azul y púrpura como una lluvia bajo la luna frente a un espectacular.

     Dira, con pocas fuerzas, empuña el volante mientras aprieta los dientes. Sus pies se aferran al acelerador. Ve la meta final. Puede ser la primera en completar el set. Dira cierra su ojo y sueña con ser relámpago en una botella.

        Dira recuerda aquella noche en donde el estruendo de una bala fue mayor que el de una tormenta. Con fuerza sobrehumana grita:

        —¡¿Quién es la ganadora ahora, hijos de puta?! —Dira pasa la meta. Es la primera en completar el set. Los comentaristas pronuncian su nombre y nadie cobra el dinero de la apuesta. Los números rojos en sus cuentas bancarias se hacen notar. Maldicen al aire a la novata y hacen una revuelta para obtener su dinero de vuelta.

         En aquella confusión nadie se percata de la pista, Dira sigue conduciendo.

     —¡Esto es por lo que le hicieron a mi padre, putos bastardos! —Y su voz es apagada por una estruendosa explosión. El campo de aislamiento sonoro al recibir el impacto de Dira sufre una falla estática. Todos miran temerosos aquel domo que los ocultó por tanto tiempo. Luego, la burbuja estalla.

La policía no tardó ni un minuto en detectar la anomalía. Las noticias acerca del circuito clandestino son tendencia. Hay detenidos, unos ingieren una pastilla que licua el cerebro para que la consciencia no pueda ser reconstruida, y pocos pilotos escapan de ahí.

      Sunset, en una colina a lo lejos, observa cómo los helicópteros y patrullas rodean la pista de carreras. No puede ver con exactitud toda la gente que sale del lugar o los que son atrapados. Es como ver las cucarachas salir de una pocilga, piensa con poco optimismo.

        Sunset se quita el casco, no sin antes plasmar una foto familiar en el panel frontal. La foto captura el momento de la alegría de un padre y su hija. Se mira cara a cara con su antiguo yo. Por primera vez en tantos años, su rostro siente la brisa del viento. La sensación es distinta en su piel. Ya no cuenta con un tejido carnoso, ni labios rojos que puedan ser besados. Su rostro fue reconstruido gracias a los tejidos de nano fibras, lo único que quedó del incidente fueron sus ojos. Tiene la misma mirada triste con la que vio por última vez a su hija en aquella noche. Mal enterrado bajo un árbol seco, vio cómo su hija era auxiliada por los policías que investigaban el caso.

        Las imágenes corren dentro de su mente y se proyectan alrededor de él. Un padre no debería velar a su hija. Todo este tiempo, tratando de alejarse para no involucrarla. En ese silencio, Sunset desea muchas cosas, pero se limita a hacer un par de ellas. Entierra su casco. Incendia su auto. Y camina con libertad de vuelta a la ciudad. Es libre, el último regalo de su hija.

Uriel Velázquez Bañuelos (1998, Guadalajara, Jalisco, México). Escritor amante de los gatos y la literatura especulativa. Sus trabajos más destacables está su cuento El muñequito de madera, de la antología Historias fantásticas para soñar despierto (2019), por parte de Mandrágora Ediciones. Su cuento Entre las luces y las sombras de la antología de Los mundos que se agotan (2021) por Fóbica Fest, Typo Taller y Paraíso Perdido. Sitio web: https://urieldosbe.wixsite.com/uriel-dosbe

Judith Natalia Orozco Ortiz es Artista Plástica y Licenciada en Educación Artística, con trayectoria como profesora en el ámbito formal y no formal, en el ámbito de la ilustración en revistas culturales y proyectos de Mass media cultural y como emprendedora en las industrias culturales actuales. Actualmente me encuentro realizando estudios sobre emprendimientos artísticos y de gestión.

bottom of page